Tras arduas discusiones, ya se conoce oficialmente cuál es el mejor videojuego del año 2025, el único capaz de ceñirse la Corona del Waznei: se trata de la opera prima de Dogubomb, BLUE PRINCE

De nuevo puede parecer que estamos ante un año con ganador atípico, especialmente teniendo en cuenta el favoritismo a priori de Silksong, una propuesta muy potente del estudio que ya había ganado el galardón de 2017 con Hollow Knight. Sin embargo, al ponderar cuidadosamente la cuestión, resulta evidente que Blue Prince es el que merece ser el ganador de este año, y de una manera incluso más clara que UFO 50 en 2024. Hay muchas razones para ello.
Los Waznei Awards no están lastrados por oscuros intereses comerciales, y tampoco tienen complejos ni se inventan guetos a los que desterrar a los géneros menos populares. Será difícil que un juego como Blue Prince gane uno de esos premios publicitarios de la industria, salvo que haya una categoría menor como “juego independiente” o “juego de puzles”. Pero en el Premio Waznei valoramos la excelencia, la originalidad, el superar las expectativas, el romper barreras y abrir nuevos caminos. Blue Prince hace todas esas cosas a un nivel extraordinario.

Y lo hace desde el primer momento. Se trata de un juego difícil de clasificar. Decir que es un “juego de puzles” no aporta gran cosa, es una categoría demasiado amplia. ¿Qué tipo de juego es Blue Prince, concretamente? ¿A qué se parece? Honestamente, hay que decir que no se parece mucho a nada, que su inspiración no está tanto en otros videojuegos o géneros con estructuras establecidas como en los juegos de mesa o los libros de acertijos, que por lo que veo, parecen más populares en el mundo anglosajón que en España. Y sin embargo, se parece un poco a muchas cosas.

Efectivamente, la mecánica básica en Blue Prince, robar habitaciones como de una baraja y colocarlas como más nos convenga, remite inmediatamente a juegos de colocación de losetas como Carcassonne. Los puzles sencillos que a veces se encuentran en cada habitación, como los de lógica o aritmética, recuerdan un poco a la página de pasatiempos del periódico. La gestión de recursos y las mecánicas de forzar la suerte están más que explotadas en muchos juegos de mesa. Pero al mismo tiempo, tiene rasgos genuinamente videojuegueros. El continuo reseteo y reconfiguración tras cada partida aporta un elemento roguelike, acentuado por la posibilidad de lograr “mejoras” o ayudas para runs futuras según las decisiones que tomemos en la presente. Algunos puzles de interacción recuerdan más a Myst, el crafteo de objetos podría estar sacado de cualquier aventura gráfica de Lucasarts, y los metapuzles integrados en el entorno me recuerdan mucho al excelente The Witness. Y probablemente no haya nada más videojueguil que la “narrativa epistolar” contenida en los documentos que vamos encontrando.

Lo que hace especial a Blue Prince es la manera en que se mezclan todos estos elementos, consiguiendo un conjunto armonioso y estimulante que constantemente recompensa al jugador ampliando sus horizontes a medida que se avanza en el juego. El argumento, que en principio parece una mera excusa para justificar la mecánica de la casa reconfigurable, se va desplegando y, como la propia mansión, se va transformando en otras cosas. Encontrar la habitación secreta, supuesto objetivo del juego, se vuelve menos importante que la historia del protagonista, que es solo una parte de la historia de la propia mansión, que es la historia de sus ocupantes, que está entrelazada en la historia del reino, que es solo uno de entre los que forman las civilizaciones del mundo. El juego consigue transmitir toda esta mitología al tiempo que nos sitúa en nuestro lugar en la misma, usando como combustible nuestra propia curiosidad. Y lo hace integrando en sus mecánicas el “diálogo” con el jugador, en uno de los más brillantes y eficaces ejemplos de narrativa ambiental que existen en videojuegos.

En su lado más mecánico, Blue Prince también resulta ser un juego excelente. Es cierto que, en ocasiones, la aleatoriedad inherente al robo de habitaciones puede jugarnos una mala pasada al combinar mal con la gestión de recursos o el emplazamiento de habitaciones anteriores, cortando un día prometedor de una manera un tanto cruel. Es parte de su naturaleza roguelike, pero también es cierto que según vamos entendiendo el funcionamiento del juego, vamos encontrando maneras de reducir la aleatoriedad o incluso ponerla de nuestro de lado. Aunque me ha provocado algún momento de frustración, no hubo una sola sesión de juego en la que no hubiese encontrado algo nuevo e interesante a lo largo de las 50 horas que le he dedicado. Incluso después de muchos meses, cuando arranqué el juego de nuevo para refrescarme las ideas de cara a escribir este post, encontré detalles nuevos de manera fortuita que cambian la manera en que me planteo jugar con habitaciones conocidas. Los mayores obstáculos, para mí, nunca estuvieron en el azar de las habitaciones, sino en lo retorcido de algunos acertijos.

Precisamente por esto último, Blue Prince me ha parecido un juego muy difícil. Es cierto que se puede jugar (y disfrutar) a muchos niveles. El diseño parece orientado a permitir que cada jugador decida por sí mismo cuándo ha tenido suficiente. Algunos de los más estimulantes descubrimientos sobre el juego los realicé bastante después de haber llegado a un teórico final, con créditos y todo. Muchos de esos descubrimientos abrieron la puerta a nuevas preguntas, y cuando uno está inmerso hasta ese punto en la espiral de acertijos, me parece imposible no acabar enamorado de Blue Prince. Yo lo estoy, perdidamente, y no tengo inconveniente en reconocer que no he sido capaz de terminarlo. Me consta que existe otro final, y me consta que en mi mansión hay todavía muchas preguntas sin contestar. Pero me rindo. Una vez tomada la decisión y aceptado “mi final”, le eché un ojo a algunas soluciones en internet parar sacarme el gusanillo, y estoy muy contento de haberlo hecho así, porque ni en un millón de años se me hubieran ocurrido las soluciones a algunos de los acertijos más locos. Es, aún así, un juego maravilloso que hay que encarar con la mente en blanco y algo de paciencia (y tal vez con una libretita a mano). Blue Prince te la recompensa con creces. Por algo es, claramente, el ganador del Premio Waznei a Mejor Juego del Año.

