Siempre suelo comparar el videojuego con el cine, porque ambas son formas de entretenimiento bastante similares en términos artísticos y comerciales (sí, estoy convencido de que los dos pueden ser formas de Arte, y por desgracia creo que los dos están cada vez más lastrados por consideraciones comerciales). Quizá la diferencia más notable entre estos medios es que el factor tecnológico es mucho más importante en el videojuego, hasta el punto de que a veces oscurece todo lo demás. Al contrario de lo que ocurre con el cine, en el 95% de los casos un nuevo aficionado no puede disfrutar de las Obras Maestras de la década pasada. Incluso aunque tuviera la determinación de probar un juego absolutamente obsoleto técnicamente, está el problema de que probablemente no va a tener medios para ello: a menos que haya a mano una consola u ordenador viejos más vale olvidarse. No hay emuladores para todo e incluso cuando los hay, muchas veces su funcionamiento deja mucho que desear.
Pese a lo joven que es el videojuego (prácticamente podemos decir que empezó en los ochenta; lo de antes lo llamaría más bien “precursores”) ha dado unas cuantas obras memorables que, sin embargo, sólo se recuerdan en conversaciones de frikis, en el mejor de los casos. Lo mejor de esas grandes obras a menudo sobrevive en otros juegos posteriores, que van fusilando los conceptos exitosos. Muchas veces incluso los perfeccionan, y a veces hasta uno de esos descendientes bastardos se revela como mejor que el original. Nadie está en contra del progreso, salvo los típicos desgraciados que siguen jugando con su NES y que suelen ser los mismos que te dicen que el vinilo es mejor que el cd.
Pero en general se trata de un medio que vive de espaldas al pasado, que tienda a caer en el vicio de encumbrar los juegos que exhiben las explosiones más grandes y más bonitas. Exactamente como el cine, o al menos como la faceta comercial del cine, esa que se centra en vender entradas, y palomitas, y muñequitos de los protagonistas. La ventaja del cine es que es un medio respetado y que tiene otra faceta, la de la gente que hace películas con honestidad, con el deseo de hacer algo que merezca la pena, y sobre todo, que hay gente y medios que los aprecian y están dedicados a ponerlos en su lugar, y eso es lo que echo de menos en el videojuego. Al menos en este país, por ejemplo, no existe ninguna publicación seria especializada en videojuegos. Absolutamente ninguna. La decana española, Micromanía, es un panfleto publicitario vacuo dirigido a niños de 12 años, y con un criterio adecuado a su audiencia. En Internet, Meristation no es mejor, y en función de quién sea el tipo que escribe tal o cual artículo, es de hecho bastante peor. Y es sonrojante ver que una publicación supuestamente especializada se limita a repetir lo que pone en la nota de prensa de la compañía que saca un juego. Eso hacen, porque de otro modo no se entiende que se pueda decir que un juego va a tener “una IA revolucionaria” o que va a permitir “una libertad nunca vista para el jugador” (etiquetas que se ven muy frecuentemente) cuando en realidad estamos hablando de un juego más, igual en casi todo a todos los demás de su género, y que está muy lejos de aportar nada nuevo al mismo.
E igual que yo puedo darme cuenta de esto, puede también cualquier aficionado de mi edad que no haya estado desconectado del mundo los últimos quince años y mantenga un mínimo de criterio propio. Nuestras exigencias y expectativas han cambiado, han ido madurando con nosotros, pero la industria (y especialmente los medios) no se han dado cuenta todavía.